Exposición emerger por la artista plástica Lea Cantú

El vínculo entre el arte y la vida siempre ha sido ormentoso, el día a día del artista está lleno de incertidumbre, de vacíos, de sufrimientos, de sinsabores, de desencuentros. Se vive entre ideas fantásticas, colores estridentes, rocas nobles o durísimas, cinceles afilados y pinceles desgastados, ríos de tinta y telas tejidas con falacias y quimeras. El arte es un campo de batalla, es una cueva de monstruos y fantasmas, es río y es pantano, es cima y es fondo, es castillo y es pocilga, fluye y se estanca, se grita y se calla, se come y se regurgita, es tangible e intangible. En él, las vicisitudes se agolpan, los problemas se multiplican, las pesadillas se magnifican. Mas, todo desierto tiene su oasis y todos los mares tienen sus islas, así mismo, el arte cuenta con sus cornisas para sujetarse, con lianas para subir, con guaridas para hibernar. El arte es un vehículo catártico per se, se descubre, se redescubre, se reconoce, se asimila, se utiliza, se tripula y, antes de darnos cuenta, hemos llegado a buen puerto. Los pinceles ahora fluyen, la roca se ablanda, el crisol irradia, los colores se integran, la tela invita, la mano se relaja, buscamos y encontramos. ¿Qué hay en el arte que nos saca del abismo? ¿Cómo es que la guadaña deviene en hoz y martillo? ¿Es que acaso existe un oráculo fabuloso que predice nuestro renacer? ¿Cómo es que, de pronto, nos volvemos divergentes y asustamos a los puritanos? Y ocurre que, la cuesta se convierte en sendero disfrutable, la tormenta escampa y el carbón ahora es diamante puro, hay una aurora en la noche larga, el viacrucis es ya una senda plana y luminosa y soterrar se convierte en emerger.